Cuando llegamos a Perú, lo que más nos llamó la atención, sin duda, fue el tráfico. No por su gran volumen, ni porque las señales o los automóviles fueran muy distintos a los españoles, sino más bien por su desorganización. "Aquí, el deporte nacional es intentar cruzar la calle", nos dijeron. ¡Y qué razón tenían! En la calzada, impera la Ley de la Jungla: los 'carros', como ellos los llaman, no respetan los semáforos, ni los pasos de peatones y se cambian de carril apenas con un aviso de claxon.
Más allá de eso, el claxon tiene otras múltiples utilidades, tantas que al recién llegado puede acabar por desconcertarle. Se usa, como ya he dicho, para avisar que se va a cambiar de carril, no para preguntar si se puede, sino en plan "mas te vale apartarte, porque me cambio sí o sí". Pero también para avisar de que se está llegando a una intersección, lo que supone que el primero que lo acciona, se adjudica la prioridad de paso; pobre de aquél que intente llevarle la contraria. Se usa también como halago o piropo hacia las mujeres (claro, luego llegas a Europa y echas de menos el sonido del claxon :P) y, por si fuera poco, también lo usan los taxistas para llamar la atención de turistas y no turistas, para ver si requieren sus servicios.
Precisamente, los taxis presentan también llamativas diferencias con los españoles. Para empezar, allí el precio de la carrera se acuerda antes de subir al vehículo, ya que no disponen de parquímetros. De ahí que el regateo tome protagonismo y, cómo no, también el intento por parte del conductor de inflar los precios y timar a los incautos. Otro aspecto que aquí llamaría mucho la atención es que no todos los vehículos de taxi son iguales: los hay de diferentes colores, de diferentes tamaños, con diferentes carteles, etcétera. Y es que no sólo hay numerosas compañías que ofrecen este servicio (alguna hasta especializada en mujeres y con una plantilla completamente femenina), sino que cualquiera puede ejercer como taxista en sus ratos libres. Es decir, tú tienes tu trabajo, pero tienes un par de horas libres que quieres rentabilizar. Pues te cuelgas el cartel de 'taxi' y ya está. De ahí que los taxis supongan el 80% del total de los coches circulando.
¿Y qué decir del transporte público? Aunque no son las únicas, las estrellas son nuestras ya amadas 'combis'. Viajar en ellas es toda una aventura. Imaginaos un vehículo poco más grande que una furgoneta, bastante bamboleante y con asideros de metal para quienes tienen que viajar de pie (mejor que no te toque...) que, por 1 sol ó 1,20 soles te llevan por media ciudad. En ellas, la figura del cobrador es fundamental, ya que es él también quien se encarga de cantar la ruta (Arequipa, Tacna, Wilson.... Arequipa, Tacna, Wilson...), de cobrar a los viajeros según su lugar de subida y de bajada, y de avisar al conductor para que frene, bien a recoger, bien a apear viajeros (Baja, baja, baja...)
Pese a lo rudimentario que pueda parecer el sistema, también tiene sus ventajas. Por ejemplo, no tienes que tener controladas las paradas porque, en la mayoría de los casos, no existen. Basta con que te pares en cualquier esquina para coger la 'combi' y, del mismo modo, podrás bajarte en el punto de su ruta que más te convenga. Por supuesto, otra ventaja es el precio: por apenas 0,25 céntimos de euro puedes recorrerte Zaragoza dos ó tres veces. Y, por si fuera poco, la frecuencia de paso es casi inmejorable. Como cada ruta puede estar cubierta por varias compañías y, dentro de cada compañía, por numerosos vehículos que compiten entre sí, el flujo de 'combis' y demás es constante. Eso sí, precisamente por esta misma competitividad, viajar en transporte público se asemeja muchas veces a una carrera de coches en circuito urbano.
Aunque he de reconocer que al principio todo esto se nos hizo algo cuesta arriba, a los dos ó tres días, ya nos habíamos convertido en las reinas de las 'combis'. Sabíamos dónde cogerlas, dónde bajarnos, cuánto nos debían cobrar, qué decirle al cobrador para bajar donde mejor nos venía, cuáles eran las coletillas más habituales, etcétera. Y, aunque puede parecer algo caótico, os aseguro que acabas por cogerle cariño al sistema y hasta echar de menos algunas cosas al llegar a España. Puede que en muchos aspectos se hayan quedado unos años retrasados respecto a nosotros, pero en otros pueden aún enseñarnos mucho.
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