Si os gusta la ópera, la danza contemporánea y, por supuesto, el amor y la pasión desde su vertiente más trágica, no dejéis pasar la oportunidad de ir al Teatro Principal a conocer una de las historias de amor aragonesas más inmortales: El Trovador. Escrita por un gaditano, y exportada al mundo por un italiano,
Giuseppe Verdi, pero transcurrida casi íntegramente en tierras aragonesas, en el zaragozano Palacio de la Aljafería, con su torre del mismo nombre, del Trovador.
Dejaré aparte la crítica de arte. Las palabras no podrían definir correctamente ni transmitir lo que sí consiguen la danza y la música en el escenario. Pero, eso sí, me váis a permitir que os ponga el caramelo en la boca, que os introduzca muy levemente en esta historia, en la lucha de dos hermanos por el amor de una mujer, en la historia de las pasiones humanas, en un recorrido por el pasado de nuestra tierra y por el interior de cada uno...
El argumento del triunfal drama romántico de Antonio García Gutiérrez nos sitúa en el alba del siglo XV, cuando la muerte del rey aragonés Martín I el Humano produjo una serie de enfrentamientos políticos que concluirían con el famoso Compromiso de Caspe. Es en esas circunstancias que se enmarca la historia de la gitana Azucena quien, pese a su odio inicial, cría amorosa al hijo del Conde que, poco antes, había mandado a la hoguera a su madre. Una noble, Leonora, se enamora de ese niño convertido en joven trovador y guerrero: Manrique. Pero ese amor enfurece al actual Conde de Luna, sin saber que su rival es el hermano al que da por muerto...
Ése es el arranque de la historia, una historia en la que todo es amor, honor y venganza; pero sobre todo amor, ya sea puro, vengativo, celoso... alimente caricias, abra heridas o engendre violencia. (Álvaro Zaldívar)
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