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Hablaba hace unos días de la dualidad cabeza-corazón. Varias conversaciones y un post me han recordado la trascendencia que este asunto tiene en nuestras vidas, aunque intentemos que no sea así.
¿A qué me refiero? A que muchas veces intentamos que sea la cabeza la que guíe nuestros pasos, actuar racionalmente, vaya. En definitiva, que prejuicios y sentimientos no hagan mella en nosotros o, al menos, en nuestro comportamiento, en nuestra actitud, en la imagen que damos de cara a la galería. Pero no es tan sencillo. ¿Cuántas veces os ha ocurrido que, después de enterarte de algo, de descubrir algo que no deberías saber o, incluso, de un 'affair' con alguien, has intentado que ese hecho no influya en tu forma de actuar y, cuanto más lo intentas, menos lo consigues?
Somos humanos y no máquinas. Ése es el problema y también la ventaja porque nos deja libertad para sentir, para disfrutar y sí, también para sufrir, pero eso es, precisamente, lo que nos hace sentir que seguimos vivos. Si no sintiéramos, si no nos influyeran los acontecimientos, las conversaciones, las acciones, no seríamos humanos, no estaríamos realmente vivos.
Vivos para evolucionar, vivos para equivocarnos, vivos para seguir avanzando porque la vida continúa y es así como debe ser. No hay que tener miedo a equivocarse. Mejor eso que no haberlo intentado, que no haber aprovechado las oportunidades que se nos presentan, que no vivir, en definitiva. Y es que, en realidad, de lo que más te arrepientes es de lo que dejaste sin hacer o sin concluir, más que de lo que hiciste y salió mal.
¿A qué me refiero? A que muchas veces intentamos que sea la cabeza la que guíe nuestros pasos, actuar racionalmente, vaya. En definitiva, que prejuicios y sentimientos no hagan mella en nosotros o, al menos, en nuestro comportamiento, en nuestra actitud, en la imagen que damos de cara a la galería. Pero no es tan sencillo. ¿Cuántas veces os ha ocurrido que, después de enterarte de algo, de descubrir algo que no deberías saber o, incluso, de un 'affair' con alguien, has intentado que ese hecho no influya en tu forma de actuar y, cuanto más lo intentas, menos lo consigues?
Somos humanos y no máquinas. Ése es el problema y también la ventaja porque nos deja libertad para sentir, para disfrutar y sí, también para sufrir, pero eso es, precisamente, lo que nos hace sentir que seguimos vivos. Si no sintiéramos, si no nos influyeran los acontecimientos, las conversaciones, las acciones, no seríamos humanos, no estaríamos realmente vivos.
Vivos para evolucionar, vivos para equivocarnos, vivos para seguir avanzando porque la vida continúa y es así como debe ser. No hay que tener miedo a equivocarse. Mejor eso que no haberlo intentado, que no haber aprovechado las oportunidades que se nos presentan, que no vivir, en definitiva. Y es que, en realidad, de lo que más te arrepientes es de lo que dejaste sin hacer o sin concluir, más que de lo que hiciste y salió mal.
Etiquetas: Reflexiones
2 Comments:
At 9:03 p. m., Yolanda said…
Comparto contigo todo lo que dices (amén de que el post al que haces relación es mío, jejeje). Pero también es cierto, y no me cansaré de decirlo, que la especie humana tiene muchas contradicciones. La vida es muy corta, y hay que vivirla intensamente, pero obviamente sin perder unos valores, como el respeto a la otra persona. Si no se va a estar al 100%, mejor dejarlo para otro momento... Pero claro, ahora entra en juego lo que tú dices, la dualidad cabeza-corazón. Se hace difícil ver a esa persona y no poder besarla, estar a escasos centímetros de ella y saber que no puede ser pese a estar los dos libres (de otras parejas, me refiero...), y encima ser consciente de que a esa persona le pasa tres cuartos de lo mismo.
No sólo atan los compromisos con otras personas, sino también las circunstancias. Y a veces es una verdadera pena, como siento que es el caso del que estoy hablando.
Pero... lo que tenga que ser, será. O no (una frase muy tuya, por cierto, jeje).
At 9:06 p. m., Satine said…
Nunca se sabe en qué va a acabar una situación. Hay veces que crees que el desenlace es obvio y, sin embargo, se da el contrario. Sólo el tiempo acaba por mostrar qué es lo que pasa. Hay veces que los imposibles también ocurren. Crucemos los dedos...
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